Tribuna Torrijista, órgano de divulgación del movimiento Relevo Torrijista presenta para el analísis de sus seguidores el artículo de Nils Castro por considerarlo oportuno en estos momentos de contradicciones en el seno del Partido Revolucionario Democrático.
¿Es posible reconciliar al torrijismo con el PRD?
Nils Castro
Torrijismo y PRD son cosas diferentes. El primero es
heredero de la cultura política patriótica y popular de los años 60 del siglo
pasado, que en los 70 influyó en el gobierno reformador liderado por el general
Torrijos. Como corriente social, tuvo expresión política en el movimiento Nuevo
Panamá.
A su turno, el PRD fue la estructura político‑electoral que 10 años más
tarde se le añadió al torrijismo como medio para competir en las subsiguientes
elecciones pluripartidistas.
En este corto espacio es imposible resumir las
características del torrijismo como forma de pensamiento y motivaciones
políticas en los 35 siguientes años de la evolución del PRD, pero cabe hacer
algunas puntualizaciones. En sus inicios, ese partido asumió al torrijismo como
su ideología, esto es, como el conjunto de ideas, métodos y costumbres propios
de su cultura política, y así lo consagran su Declaración de Principios y su
Programa. Entre sus rasgos característicos se destacó un fuerte acento social,
incluyente y reformador, que impulsó un nuevo sistema de representación popular
‑‑un método democrático en el cual los pobres podían competir con los ricos‑‑;
una prolija atención a los problemas sectoriales y locales que dio frutos tales
como el Código de Trabajo y los comités de salud, etc., etc.; así como una
estrategia de desarrollo nacional similar a la que ahora intentan los actuales
gobiernos progresistas latinoamericanos.
Eso le dio al torrijismo un perfil ideológico compatible con
la socialdemocracia de aquella época, muy distinta de la actual, que capituló
ante el neoliberalismo y ahora contribuye a desmantelar las conquistas sociales
de los pueblos europeos.
Y el otro rasgo torrijista fue un patriotismo popular que
confió en su capacidad para solucionar por medios políticos el problema crucial
del país: la recuperación de la integridad territorial y de la
soberanía y propiedad sobre el principal recurso de la nación. Todo esto,
articulado a una valerosa convicción independiente, latinoamericanista y no
alineada ‑‑y al coraje para plantarse ante las grandes potencias‑‑, le dio a
Panamá sus lustros de mayor prestigio internacional.
Dicha cultura política alcanzó amplio arraigo en todo el
país, y le dio al PRD inicial su piso piso social y una capacidad organizativa
hermanada con el sistema de representación popular de aquellos años. Ese piso
permitió que el partido emergiera como el mayor y el más organizado y combativo
del país. Tanto así que resistió a los embates del período que siguió a la
muerte física de Omar, cuando el PRD fue temprana víctima de los errores de la
cúpula militar y de los consiguientes intentos de desideologizarlo y
corromperlo, de eliminarlo físicamente bajo la Invasión y, luego, de someterlo
a la agenda neoliberal.
Su base ideológica originaria se manifestó en la capacidad
de la gente del PRD para aglutinarse, innovar y superar adversidades, lo que a
su vez hizo de ese partido un exitoso aparato electoral. Aparato que, por
consiguiente, le resultó muy atractivo a muchos arribistas políticos que
procuraron agregarse al mismo para satisfacer sus ambiciones personales. A la
postre eso contribuyó a que el PRD tuviera crecimientos clientelistas ajenos al
fortalecimiento del papel político‑cultural del torrijismo. Lamentablemente,
sucesivas dirigencias nacionales del partido descuidaron la selección y
educación política de los nuevos ingresos promovidos por ese fenómeno.
El crecimiento clientelista del PRD se disparó como una
hinchazón malsana. Mutatis mutandis, el partido asumió conductas y
postuló candidaturas ajenas y hasta opuestas a su carácter originario. Ocurrió
un gradual divorcio entre el torrijismo y la máquina electorera. Y en similar
medida, una importante proporción de quienes antes lo acuerparon por razones
político‑culturales y programáticas fueron asimismo desmotivándose y, en
consecuencia, desmovilizándose. Así lo refleja el hecho de que en las dos
últimas elecciones muchos de los miembros del PRD dejaron de votar o votaron
por candidatos ajenos al partido, dejándolo caer al segundo y ahora al tercer
lugar de las preferencias ciudadanas.
El partido electoral suplantó al partido permanente y al
partido de los frentes de masas. Esas derrotas, así causadas al PRD por sus
propios dirigentes de turno han vuelto a plantear la necesidad de reconstruir o
refundar al partido. Sin embargo, esto también emplaza un problema moral,
cuestión de la cual depende la confianza ciudadana. Hay muchas dudas sobre si
esa organización política podrá ser reconstituida por los mismos que antes la
dejaron desnaturalizarse, o por quienes buscan emparapetarla a su propia medida
para candidatizarse.
Dígase lo que se diga, la crisis del PRD viene de un largo
proceso de desenganche entre el piso ideológico‑cultural que antes le dio
sustancia y la superposición electorera que luego remplazó a su estructura
política original. Si uno observa las experiencias latinoamericanas de estos
últimos años, es claro que el torrijismo hoy en día tiene amplísimas
posibilidades de desarrollarse y crecer como corriente político‑cultural. No
obstante, muchos torrijistas ya no confían en la estructura del PRD ni en
quienes la representan.
De hecho, los torrijistas perciben que se han quedado sin un
partido fiel a sus expectativas de desarrollo con justicia y equidad, y hoy
buscan una estructura alterna en la que puedan confiar. Habrá un nuevo PRD
cuando este logre darse una dirigencia capaz de recuperar y conservar de nueva
cuenta la confianza de los torrijistas. De lo contrario, a la vuelta de un tiempo
otro movimiento sociopolítico lo remplazará.
Panamá, 5 de junio de 2014