viernes, 10 de julio de 2015

Torrijismo o clientelismo

Tribuna Torrijista, órgano de divulgación del movimiento  Relevo Torrijista presenta para el analísis de sus seguidores el artículo de Nils Castro por considerarlo oportuno en estos momentos de contradicciones en el seno del Partido Revolucionario Democrático.  



¿Es posible reconciliar al torrijismo con el PRD?

Nils Castro

Torrijismo y PRD son cosas diferentes. El primero es heredero de la cultura política patriótica y popular de los años 60 del siglo pasado, que en los 70 influyó en el gobierno reformador liderado por el general Torrijos. Como corriente social, tuvo expresión política en el movimiento Nuevo Panamá. 

A su turno, el PRD fue la estructura político‑electoral que 10 años más tarde se le añadió al torrijismo como medio para competir en las subsiguientes elecciones pluripartidistas.

En este corto espacio es imposible resumir las características del torrijismo como forma de pensamiento y motivaciones políticas en los 35 siguientes años de la evolución del PRD, pero cabe hacer algunas puntualizaciones. En sus inicios, ese partido asumió al torrijismo como su ideología, esto es, como el conjunto de ideas, métodos y costumbres propios de su cultura política, y así lo consagran su Declaración de Principios y su Programa. Entre sus rasgos característicos se destacó un fuerte acento social, incluyente y reformador, que impulsó un nuevo sistema de representación popular ‑‑un método democrático en el cual los pobres podían competir con los ricos‑‑; una prolija atención a los problemas sectoriales y locales que dio frutos tales como el Código de Trabajo y los comités de salud, etc., etc.; así como una estrategia de desarrollo nacional similar a la que ahora intentan los actuales gobiernos progresistas latinoamericanos. 

Eso le dio al torrijismo un perfil ideológico compatible con la socialdemocracia de aquella época, muy distinta de la actual, que capituló ante el neoliberalismo y ahora contribuye a desmantelar las conquistas sociales de los pueblos europeos.

Y el otro rasgo torrijista fue un patriotismo popular que confió en su capacidad para solucionar por medios políticos el problema crucial del país: la recuperación de la integridad territorial y de la soberanía y propiedad sobre el principal recurso de la nación. Todo esto, articulado a una valerosa convicción independiente, latinoamericanista y  no alineada ‑‑y al coraje para plantarse ante las grandes potencias‑‑, le dio a Panamá sus lustros de mayor prestigio internacional.

Dicha cultura política alcanzó amplio arraigo en todo el país, y le dio al PRD inicial su piso piso social y una capacidad organizativa hermanada con el sistema de representación popular de aquellos años. Ese piso permitió que el partido emergiera como el mayor y el más organizado y combativo del país. Tanto así que resistió a los embates del período que siguió a la muerte física de Omar, cuando el PRD fue temprana víctima de los errores de la cúpula militar y de los consiguientes intentos de desideologizarlo y corromperlo, de eliminarlo físicamente bajo la Invasión y, luego, de someterlo a la agenda neoliberal.

Su base ideológica originaria se manifestó en la capacidad de la gente del PRD para aglutinarse, innovar y superar adversidades, lo que a su vez hizo de ese partido un exitoso aparato electoral. Aparato que, por consiguiente, le resultó muy atractivo a muchos arribistas políticos que procuraron agregarse al mismo para satisfacer sus ambiciones personales. A la postre eso contribuyó a que el PRD tuviera crecimientos clientelistas ajenos al fortalecimiento del papel político‑cultural del torrijismo. Lamentablemente, sucesivas dirigencias nacionales del partido descuidaron la selección y educación política de los nuevos ingresos promovidos por ese fenómeno.

El crecimiento clientelista del PRD se disparó como una hinchazón malsana. Mutatis mutandis, el partido asumió conductas y postuló candidaturas ajenas y hasta opuestas a su carácter originario. Ocurrió un gradual divorcio entre el torrijismo y la máquina electorera. Y en similar medida, una importante proporción de quienes antes lo acuerparon por razones político‑culturales y programáticas fueron asimismo desmotivándose y, en consecuencia, desmovilizándose. Así lo refleja el hecho de que en las dos últimas elecciones muchos de los miembros del PRD dejaron de votar o votaron por candidatos ajenos al partido, dejándolo caer al segundo y ahora al tercer lugar de las preferencias ciudadanas.

El partido electoral suplantó al partido permanente y al partido de los frentes de masas. Esas derrotas, así causadas al PRD por sus propios dirigentes de turno han vuelto a plantear la necesidad de reconstruir o refundar al partido. Sin embargo, esto también emplaza un problema moral, cuestión de la cual depende la confianza ciudadana. Hay muchas dudas sobre si esa organización política podrá ser reconstituida por los mismos que antes la dejaron desnaturalizarse, o por quienes buscan emparapetarla a su propia medida para candidatizarse.

Dígase lo que se diga, la crisis del PRD viene de un largo proceso de desenganche entre el piso ideológico‑­cultural que antes le dio sustancia y la superposición electorera que luego remplazó a su estructura política original. Si uno observa las experiencias latinoamericanas de estos últimos años, es claro que el torrijismo hoy en día tiene amplísimas posibilidades de desarrollarse y crecer como corriente político‑cultural. No obstante, muchos torrijistas ya no confían en la estructura del PRD ni en quienes la representan.

De hecho, los torrijistas perciben que se han quedado sin un partido fiel a sus expectativas de desarrollo con justicia y equidad, y hoy buscan una estructura alterna en la que puedan confiar. Habrá un nuevo PRD cuando este logre darse una dirigencia capaz de recuperar y conservar de nueva cuenta la confianza de los torrijistas. De lo contrario, a la vuelta de un tiempo otro movimiento sociopolítico lo remplazará.

Panamá, 5 de junio de 2014


    

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