viernes, 25 de noviembre de 2011

La verdad en la fábula del tiburón y la sardina

Pedro Rivera

 Pedro Rivera, poeta, narrador y cineasta, laureado en varios  concursos literarios,especialmente  el Ricardo  Miró,  de manera simultánea (Poesía y Cuento) en 1969. Ha descrito de manera desnuda y descarnada  la invasión de los Estados Unidos de Norteamérica en documentos filmados y escritos. Uno de los destacados panameños de gran aporte al sentimiento patriótico y  nuestra lucha soberana.



La verdad en la fábula del tiburón y la sardina
por PEDRO RIVERA


La moraleja se aplica a la realidad socioeconómica del mundo: los que meten un dólar y sacan diez, los que prometen paraísos y quienes se sientan en el portal a ver pasar sus cadáveres.

Si una familia gasta más de lo que gana, está quebrada, o pronto lo estará. Si los miembros de esa familia no tienen ni siquiera para comprar en la tienda de la esquina, entonces pasarán más hambre que un perro echado debajo de un banco. Si no tienen recursos propios que invertir, entonces no tendrán más remedio que trabajar para otros. Si viven en un sistema basado en el derroche, en el boato y en el dispendio, comprando chécheres innecesarios, se sentirán chévere, pero en el fondo vivirán con la soga al cuello.


Si el hambre es mucha y no tienen dinero ni trabajo podrían verse obligados a robar. Si quien roba por necesidad o ignorancia (que es lo mismo) tiene una pistola en las manos, probablemente la usará.

Si los niños no pueden ir a la escuela por falta de ingresos, la familia jamás saldrá del círculo de la pobreza. Si no roban ni matan ni trafican drogas para cubrir necesidades básicas y caprichos tecnológicos, los miembros de esa familia vivirán del crédito o de prestado. Eso significa que empeñarán sus vidas para toda la vida.


Con los países pasa igual. En la economía capitalista, neoliberal, las cosas funcionan como funciona la economía doméstica.

LA ECONOMÍA ESTATAL DE USURA

Ahora se ha puesto de moda la firma de pactos entre las grandes potencias con el supuesto objetivo de suministrar alimentos más baratos y empleos a tutiplén. Alguna gente muy ilusa lo cree realmente. Quien crea que la rebaja de aranceles reducirá el costo de la ‘canasta básica familiar’, no está consciente en la totalidad de sus implicaciones. La tal‘rebaja’ a los únicos que beneficia es a los países productores-exportadores. También beneficia, pero en menor escala, a los importadores-comerciantes locales de los países de la Periferia (países pobres). Esto lo sabe cualquier economista de tercera categoría. Es el ABC del sistema.

La pregunta es: ¿Por qué los economistas de los países periféricos no se zafan de las teorías que aprendieron en las universidades sustentadoras de esta relación desigual.

VERGÜENZA AJENA

Está bien que los economistas vinculados por origen a las corrientes neoliberales acepten como buena esta relación perversa entre el Centro (países ricos) y Periferia (países pobres).

La farfulla de estos economistas, justificando con tecnicismos irrelevantes los truculentos pactos suscritos con las superpotencias productoras es, a nuestro juicio, insensata. Las consecuencias de estos acuerdos entre el tiburón y las sardinas todos las conocen porque las han vivido desde siempre. El único propósito de los exportadores transnacionales y de los importadores domésticos, como valor agregado, es sacar del mercado a los productores nacionales, desmantelar la producción nacional y afianzar el saqueo neocolonial.

Aflige escuchar a científicos sociales nacidos en los barrios pobres y de la clase media panameña unirse al coro del sistema, amojonando del estatus quo, cuando su misión era y sigue siendo otra: ayudar a romper el círculo vicioso de la pobreza.


RUTA DE LA MUERTE

El supuesto abaratamiento de la canasta básica familiar fundamentada en la transferencia de capitales desde las periferias al Centro, no es otra cosa que un juego macabro en el que participan los ‘vivos y los ingenuos’, entre los que echan el cuento y los que se lo tragan, entre los que meten un dólar y sacan diez, entre los que prometen paraísos y los que se sientan en el portal a ver pasar sus propios cadáveres. No tiene ningún sentido que los economistas panameños ponderen el eslogan que circula en los países más vulnerables, obligados: ‘a bajar aranceles para vender alimentos baratos a la población’, cuando deberían promover estrategias incentivadoras de la producción nacional, única manera de hacer frente a la hambruna más colosal de la historia humana que se avecina. Los únicos países que sobrevivirán con esta calamidad serán aquellos que produzcan lo que se comen.


OBJETIVO REAL

Estos acuerdos son espejismos, cortinas de humo, pretextos. Su objetivo real es trasladar la riqueza nacional a las corporaciones extranjeras, concentrar los excedentes en manos de una minoría de ricos locales y, de paso, destruir en forma irreversible el aparato productivo nacional. Los gobernantes de los países vulnerables, en los que se confunde crecimiento económico con desarrollo, basan su estrategia financiera en la venta de servicios, en la convocatoria desregulada de inversiones extranjeras. Literalmente ‘venden el país’ en los mercados internacionales. Pactos de esta naturaleza podrían ser firmados sin graves consecuencias entre países competitivos, con altos niveles de producción, entre aquellos que pueden decir‘de lo que traes llevas’.

A estas alturas del partido hasta los bobos de capirote deberían saber que los ‘efectos favorables’ de semejantes acuerdos tienen la duración de una llovizna de verano.


LA USURA

Generalmente esta política es concomitante con el endeudamiento externo. Al carecer de capacidad para producir lo que se consume y de generar riqueza suficiente con miras a sostener los servicios del estado, se recurre a la usura internacional, a pedir prestado, a embarcarse en deudas que no se podrán pagar jamás, lo que los obligará, tarde o temprano a vender los recursos del Estado. Los ejemplos están a la vista: Grecia, España…


¿CUÁL ES EL CAMINO?

Lo importante para cualquier país es alcanzar la producción, suficiente autonomía económica para vender y comprar sin endeudarse, repartiendo con equidad la riqueza producida. El camino más expedito para crear hambre es abandonar la producción agroindustrial, castrar y atrofiar el sector primario de la economía, entregar los recursos de la nación a ‘inversionistas’ extranjeros que, en ocasiones, no utilizan sus propios dineros sino el dinero de los demás, los ahorros de las instituciones del Estado, de los ciudadanos de sus respectivos países.


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